Pequeños abandonos
Cuando se trata de un abandono menor los suspiros se reducen un 90% con respecto a un gran abandono. Las lágrimas no hacen acto de presencia y quedan limitadas -llegado el caso- a un instante ocular vidrioso. El dolor apenas puede serlo porque no hubo tiempo de darse un opuesto equivalente. Es más bien un inocuo desencanto, un cierto extrañamiento que serpentea entre tus pies, a veces consigue trepar hasta el estómago y allí es digerido y sólo lo mejor de él llega al riego sanguíneo.
Cuando el abandono es pequeño no hay desolación con nombre propio, sólo una pasajera melancolía que te envuelve casi con ternura.
Esa leve decepción por un albornoz de aspecto mullido que resulta que no seca bien.
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