02 abril 2009

Los pechos de una choni

Creo que he escrito ya alguna vez sobre cosas que me ocurren en los semáforos. Supongo que porque suelo observar atentamente lo que se mueve a mi alrededor mientras espero que la luz cambie al verde. Hace unos días, antes de que volviese la lluvia y todo fuese frío y gris de nuevo, tuvimos un par de magníficos días soleados. Esos primeros días de despertar primaveral en los que nos aventuramos a sacar la ropa veraniega y la mezclamos con la de invierno, por lo que andamos medio disfrazados por la calle.
Allí, parada en el semáforo, observando blancuras de brazos, blancuras de rodillas y espinillas, aparece ella, caminando resuelta y erguida, con todos los complementos propios de su especie: cabello largo rizado y un poco engominado, zapatos blancos de tacón, vaquero ceñido, bajísimo de caderas, con unas buenas lorzas, aunque bien disimuladas (hay subespecies con peor gusto que las enseñarían) bajo una ajustada camiseta negra muy escotada y con más oro encima que en una procesión de Semana Santa en Sevilla. Pero el escote ¡oh, grandioso escote! Lucía la choni de marras un tremendo escotazo redondo del que sobresalían los pechos más rellenitos, blancos y bien puestos que he visto en mucho tiempo. Esa turgencia que da la juventud en una mujercita rolliza, que hacía que sus pechos, no sólo tuviesen vida propia y tremolasen al paso que marcaba su horrible calzado, sino que eran capaces de irradiar una estado de belleza y serenidad tal que envolvían al resto de la choni y se convertían en argumento suficiente para indultarla como si de un buen ninot fallero se tratase. La vida es hermosa, y se demuestra en estos pequeños detalles, mientras vamos del rojo al verde.

3 comentarios:

lujo berner dijo...

A-M-E-N.

Lulamae dijo...

A-M-E-M-O-S

Further Bro' dijo...

Po' eso: pa' e' pera'.